Ana y el principio de la «no maleficencia»

Eran las siete y cuarto y Ana esperaba en la salida del gimnasio Iruña. Javi tardaba demasiado. Ana empezaba a preocuparse porque había notado que a Javi no le gustaba nada cómo se estaba dejando comer el coco por los de San Juan de Dios, según le repetía todos los días a Ana.

  • Por fin sales, me estaba preocupando. 
  • ¡ESTOY HARTO!, no voy a volver a este gimnasio lleno de impresentables. 
  • Pero, ¿qué te pasa Javi? No chilles, tranquilízate. 
  • No me digas lo que tengo que hacer Ana, que va a ser peor. Escucha, mañana ingresan a mi madre en ese puñetero Hospital en el que estás, y que me tiene hartito. Ya puedes hacer que le pongan en habitación individual que si no voy a armar un cisco terrible
  • Javier, no te pases, que estoy de prácticas y ya sabes que no puedo hacer nada. 
  • Pues eso, no haces nada. ¿Así me demuestras lo que me quieres? Ya no sé qué pensar. 
  • Javi, me estás haciendo daño con tus palabras, pero, a ver, cuéntame, ¿qué le pasa a tu madre? 
  • Pues que tiene un cáncer que le está pudriendo por dentro. 
  • Javi, no sabía nada, … tranquilo, que ahora… 
  • No me vengas con sermones. Ya puedes llamar ahora mismo al Hospital. No quiero que vaya nadie a verla sin que yo lo sepa. No quiero que nadie la vea allí, en esa mierda de sanatorio lleno de viejos. 
  • Pero Javi, eso no lo puedes decidir tú, ¿te lo ha pedido ella? 
  • Ella ya ha llamado a todo el mundo para que le vayan a visitar porque no quiere estar sola en la habitación. ¿Y yo qué? No le parece suficiente que esté yo con ella. Allí no va a entrar nadie sin mi permiso.
  • Javi, tranquilízate, no te pongas así. Entiendo que estás muy enfadado, pero no puedes hacer eso. No le vas a hacer bien a tu madre, mucho menos hablando así, ni tomando esas decisiones por ella. Son decisiones que le van a hacer mal. 
  • Ana, o te callas o vamos a tener muchos problemas. Mejor dicho, vas a tener problemas tú y toda esa panda de vagos que hay en el Hospital. 
  • Javier, me voy a casa. Mañana hablaremos. No sigas, por favor, no eres así, no sé qué te pasa… 

Ana se fue llorando a su casa. No podía olvidar cómo le miraba Javi. Y no podía quitarse de la mente el principio de no maleficencia que le habían comentado en la charla de la tarde. Algo que le pareció tan lejano y lo tenía tan cerca… 

Sentía una tristeza que estrangulaba su estómago. Se duchó con agua muy caliente y, sin cenar, se metió en la cama con los auriculares y la música reggae que tan buenos recuerdos le traía. Pasaron horas, pero finalmente se durmió. Después de tanto pensar sabía que en el Hospital no iban a permitir esa decisión, lo había escuchado en la sesión de bioética. 

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Hospital San Juan de Dios Pamplona