REVISTA DE PRENSA

Nacer versus morir

Miren Martínez Marro, responsable de Enfermería de la Unidad de Cuidados Paliativos realiza una reflexión sobre dos momentos vitales: nacer y morir, y los comportamientos sociales y personales que desencadenan en un artículo de fondo publicado por DIARIO DE NAVARRA

Un artículo publicado por Diario de Navarra recoge el análisis realizado por Miren Martínez Marro sobre dos momentos de la existencia: el nacimiento y la muerte. La autora refleja el contraste que se produce en el comportamiento y la necesidad de tratar la muerte con naturalidad.

Texto publicado:   Nacer  versus morir

Algo innato en nuestro comportamiento ancestral deja de manifiesto la activa manera en que los humanos nos preparamos para recibir el nacimiento de un nuevo ser. En gran parte de las civilizaciones esta expectativa es motivo de alegría y gozo. Cierto es que este sentimiento no se puede generalizar al total de las culturas porque, de todos es sabido, en países como India o China el hecho de nacer se interpreta como “una desgracia” condicionada, sobre todo, por el género del nuevo ser: el nacimiento de una niña no se vive bien, no se cuida de la misma manera, y existe un elemento diferenciador dependiendo del sexo con el que tengas la suerte o desgracia de llegar al mundo. La vida no vale igual en todos los países.

Aquí, en nuestra sociedad, el hecho de nacer dispone, desarrolla y consolida toda una red de recursos físicos y emocionales destinados a recibir “bien” a esa nueva criatura. Esa alegría se pone de manifiesto incluso antes de engendrar ese ser y los rituales de festejo o de acompañamiento, tienden a expresar una sobrevaloración constatable en los simples detalles materiales.

Incorporado el concepto de proporcionar bienvenidas por todo lo alto, las personas del entorno se preparan y colaboran en su llegada; La comunidad aporta, y aporta mucho: cada vez son más las visitas médicas, visitas de enfermería, visitas a ecografías privadas para obtener imágenes tridimensionales…

Llegado el momento, aparecerán más amigos, más familiares, todos dispuestos a aconsejar, opinar, apoyar y contribuir, un aluvión de cariño que incluso a veces entierra la verdadera necesidad de intimidad y sosiego de la madre parturienta y su bebé, y del papá recién estrenado. En definitiva: acontecimiento social  en el que todos quieren estar presentes…

¿Y qué pasa cuando alguien va a morir?

¿Todos queremos estar? ¿Todos apoyan, aconsejan, contribuyen? ¿Todos queremos despedirnos? ¿Todos queremos amparar? ¿Todos queremos hacer equipo? ¿Existe tanto recurso en nuestra asistencia sanitaria? ¿Hay tanto interés profesional por dar los mejores servicios?… y más allá de estas preguntas: ¿Todos tenemos al final una muerte digna? ¿Todas las enfermedades reciben una buena atención en un final de vida? ¿Todos alcanzarán una cobertura de salud y cuidados paliativos?

La realidad conocida es que aún no.

La muerte sigue siendo un tema tabú, un tema que se evita. Lo hace la sociedad en general y también, a veces, los profesionales sanitarios.

Una buena muerte debe tener también una buena red de recursos. Es necesario realizar mucho esfuerzo para que las cosas funcionen, y para que todos los profesionales entendamos que ante alguien que va a fallecer, hay mucho que aportar.

El cuidado ante la muerte hace imprescindible atender todas las esferas que rodean a la persona enferma y a su familia: herramientas médicas, enfermeras, psicológicas, espirituales, rehabilitadoras, de soporte social…

En este momento de la existencia es importante hablar, expresar, comentar, acompañar, resolver… y realmente en este escenario suele haber muchos menos protagonistas que en el escenario anteriormente descrito, ¿por qué?

Se podría hacer todo un análisis de esta realidad que ocuparía millones de palabras.

¿Qué le pasa al ser humano con la muerte? ¿Qué le pasa al sistema?

A la primera pregunta, quizá debiéramos responder con el esfuerzo de obligarnos socialmente a normalizar en nuestras conversaciones, en casa, en la calle, en el bar… incluso en las aulas, la muerte, como un argumento “natural”. Esto nos prepararía para poder dar respuesta como amigo, como familia o como profesional a esta realidad del final de la vida. Tendríamos creado un entorno más abierto, más dispuesto y menos “atemorizado” al afrontar este trance. Estaríamos más preparados para ayudarnos y ayudar.

A la segunda, y con la vista en el sistema sanitario, sabemos que la atención en cuidados paliativos en España llega a menos del 50 % de las personas. Cabe interrogarse ¿por qué parece que unas enfermedades impactan más que otras en lo que al final de la vida y al morir se refiere?

Urge la necesidad de crear una red de recursos para dar cuidados paliativos a quien lo necesita y no neguemos, como profesionales, la posibilidad de conseguir este objetivo.

Navarra tiene una buena posición. Hemos avanzado mucho, es algo innegable. Tenemos un programa que da cobertura a las personas que van a fallecer por una enfermedad de cáncer avanzado, disponemos de una atención domiciliaria para permitir que los pacientes mueran donde decidan, en su hogar o en el hospital, no siendo más válida una opción que otra, y ajustando esta decisión a otras tantas variables, desde la patología del paciente a los recursos sociales y familiares que tenga, y siempre en su beneficio. Podemos decir que es un privilegio.

Y avanzamos en otras líneas, como la sensibilización en las aulas. Desde la educación, se irá incrementando el interés por este tema y ahí se gestará el gran cambio que, antes o después, llegará.

Mientras tanto, nuestra asignatura pendiente  consistirá en normalizar ambas realidades, nacer y morir, porque ambas forman parte de esta aventura, porque nacer es un hecho único en la existencia, igual que el morir, no lo olvidemos.

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